La Foto.
- Pedro GarcÃa Muñoz
- 24 sept 2020
- 5 Min. de lectura
En un taller literario que desarrollamos en el perÃodo de larga cuarentena, para concretar tantos años de investigación, aprendimos que contar la forma como se ha llegado a desarrollar esta larga historia de la Antiguas Familias de Mariquina, tiene un valor importante. No son solo los papeles, ni datos, ni registros de antepasados, es la historia de los recuerdos de muchos, de todos aquellos que han abierto sus vidas y sus recuerdos para que sus antepasados no sean olvidados.
La foto ¡¡

Una tarde invierno de 2001, sin percatarme, registraba una llamada perdida en el teléfono celular, no habÃa tenido tiempo de responder, la actividades a cargo de turno como Fiscal Adjunto del Ministerio Público en Temuco me tenÃan agobiado, y como era habitual, una centena de llamadas policiales nublaban cualquier otro registro; sin embargo, en algún momento devolvà esa llamada no registrada. Al otro lado del auricular me respondió una señora de edad, lo que advertÃa por su voz pausada y algo endeble, consulté y no sabÃa el origen de la llamada, excusándose. Sin embargo, le indiqué mi nombre, a lo que agregó ella que podrÃa ser un alcance porque su hermano, muerto hacÃa muchos años tenÃa el mismo nombre. Entonces advertà quien podrÃa ser. Le indiqué los datos de mi padre y abuelo y, claro, estaba hablando con doña Benita Edilia GarcÃa Puchi, -Lila- hermana de mi abuelo Pedro Héctor GarcÃa Puchi, ambos nacidos en Loncoche, en 1912 y 1910 respectivamente.
No sabÃa mucho de la TÃa Abuela, pero tenÃa noción que vivÃa en la Población Imperial en Temuco, vivà en algún momento a tres cuadras del lugar, pero nunca supe de esa relación de familia antigua que ahora, me contactaba. La llamada, en realidad, la habÃa formulado su hija Edilia Andrews, prima de mi padre, quien sabedora de mi condición de abogado consiguió mi número para hacerme una consulta acerca de unos documentos legales de una propiedad de su madre en la ciudad de Loncoche, en el sector de Chesque. Yo habÃa nacido en Loncoche y Chesque, un sector rural de esa comuna, era un vocablo común en las historias familiares de mi padre, ahÃ, mi abuelo poseyó un predio y se dedicó a la agricultura toda su vida. Hasta ahÃ, no advertÃa que esa llamada abrirÃa una puerta al pasado que me llevó 300 años atrás.
Ya en su casa, recordé que habÃa visitado a esa tÃa años antes, era delgada, de finos rasgos, ojos azules y menuda; me recibió con delicadeza y sin aspavientos, su hija, prima de mi padre, muy amable, me explicó el motivo de la llamada y me presentó unos documentos de propiedad, y hablamos personas de la familia extendida, muchos de ellos desconocidos para mÃ, pero cuyos nombres habÃa oÃdo en alguna oportunidad en reuniones familiares en las que habÃa estado atento, pero poco sabÃa de la familia de mi padre. Los documentos que me presentaron correspondÃan a al predio de Chesque, era aquella propiedad, colindante a la de mi abuelo, y que le habÃa correspondido a su hermana en la distribución de los bienes de sus padres. Era una franja larga a orillas del RÃo Cruces, ubicado más arriba de la bocatoma del antiguo canal de la luz en Loncoche, no era un predio agrÃcolamente valioso, su idea era venderlo y consultaba por mi interés, a más de poder aclarar algunos temas en relación a su contenido.
La tÃa Lila, como la llamaban todos, me comentó de su familia nuclear, habÃa enviudado hace muchos años de don Francisco Andrews, de Lautaro, y ya hace mucho que vivÃa en esa casa con una de sus nietas. Se recordó de sus hermanos y de sus padres. La lánguida, pero interesante conversación se vio de golpe interrumpida, la hija de la tÃa, venÃa desde una habitación contigua con una foto de mediano tamaño, en blanco y negro, enmarcada y con cubierta de vidrio. Me mira y me indica que corresponde a mis bisabuelos en su matrimonio, no tenÃa fecha, pero ambos tenÃan una estampa notable.
Ahà empezó todo. Dieciocho años después, comienzo a escribir este recorrido por el pasado que como una llave que abre un portal del tiempo esa foto logró.
La foto correspondÃa a Eduardo GarcÃa Figueroa y Rufina Puchi Jaramillo, una clásica foto de estudio tomada en Valdivia por Valck, era asombrosa, observé los detalles, la ropa, los rostros, buscando la incógnita de la vida de ancestros que no conocÃ. Nuestra anfitriona se apresuró a explicar detalles que me llenaron de intriga, sus palabras fueron como el efecto que pudiera producir el funcionamiento de una máquina del tiempo o la entrada a un portal que te traslada a mundos desconocidos. El, posaba de pie, impecable traje oscuro con la mano apoyada en una mesa, miraba fijamente la cámara, ella, sentada, con un traje negro, pero con un bello ramo blanco. La tÃa se tranquilamente explicó que él era viudo, y que la costumbre de esa época hacÃa que la novia vistiera de negro, aunque con un ramo blanco, en señal de respeto o luto a la anterior mujer. Fue un momento intenso, preguntarme por qué nunca habÃa recibido esa información o tenido algún dato de esos ancestros, y que a pesar de mis largas lecturas de historia chilena nunca me habÃa preguntado acerca de mi propio origen.
Esa sensación de estar frente a una incógnita que debÃa descubrir no me abandonó más. Luego, en las semanas siguientes, aún con esa foto en mi mente, solicité copia de los registros matrimoniales de San José de la Mariquina de 1909, solo sabÃa que mi abuelo Pedro habÃa nacido en 1910, por lo que calculé la fecha un año atrás, la tÃa abuela no recordaba más datos, salvo que -como dijo exactamente- no conoció abuelos. Como aquello importaba una búsqueda, todo dependÃa de la buena voluntad del funcionario del Registro Civil que encargó la diligencia, fue asÃ, exhaustivo y amable. Cuando llegó aquel documento lo abrà con expectación: Registro Matrimonial, Circunscripción San José, N° 89, año 1909, 14 de Agosto: nombre del Marido: Eduardo GarcÃa, 39 años, viudo, padre: Saturnino GarcÃa, madre: Bernarda Figueroa. Nombre de la Mujer: Rufina Puchi, 34 años, soltera, padre Antonio Puchi, madre: Victoria Jaramillo. Cada uno de estos nombres abrió, a su vez, nuevos mundos, todos entrelazados de tal manera que era un cosmos, un conjunto de mundos a la vista una noche estrellada. Era la primera vez que conocÃa y veÃa plasmado en un papel el nombre de mis tatarabuelos paternos.
No dimensionaba que cada nombre desembocarÃa en un único lugar, una antigua fortaleza del sistema de defensa español de Valdivia: El Castillo de San Luis de Alba de Cruces.
Por Pedro GarcÃa Muñoz.