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La visita: el rescate de un Castillo olvidado.

  • Foto del escritor: Pedro García Muñoz
    Pedro García Muñoz
  • 16 sept 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 23 sept 2020

En 2017, tres descendientes de habitantes de Cruces, acordamos una visita a la antigua fortaleza; tres admiradores de la historia local de Mariquina, plasmada en un antiguo fuerte que da cuenta de una intensa vida de frontera, pero que en nuestro tiempo parece olvidado.

Cuando en febrero de 2017, Cesar García Calabrano avisó de su estadía en San José de la Mariquina, la idea de visitar el antiguo fuerte español ubicado a orillas del río Cruces, más al sur del pueblo, se concretó. Francisco de Segovia viajó desde los Llanos, en la Unión, y luego de un ostentoso almuerzo, recorrimos el viejo camino que una vez usaron los antiguos indígenas de la comarca en sus recorridos al norte o a la pampa argentina, el mismo que usaron los correos dispuestos por el Gobernador de Valdivia para sus reportes al Gobernador del Reino, o de patriotas y realistas en las incesantes luchas por la conservación del antiguo régimen, y que transitara Guillermo Frick, fundador de la Villa de San José de la Mariquina, cuando en 1851 buscaba tierras fiscales libres para la instalación de colonos alemanes en la zona. Un viejo camino, con historia, que consolidó la ruta desde Valdivia hacia la refundada ciudad de Villarrica en 1881.

El Castillo, nombre señorial por cierto, como era referido en los documentos coloniales que celosamente se guardan en el Archivo Nacional de Chile, encierra 300 años de historia y resulta peculiar como en un punto tan pequeño y alejado en el Imperio Español concentre tal diversidad de componentes de todo el mundo, sin duda, esas particularidades le dieron un “tono al lugar” con el subsecuente modo de vida que el Padre Gabriel Guarda indicara en su artículo sobre la fortaleza española. Esos y otros detalles de una larga investigación cobraban sentido en esa lánguida tarde cuando nos dirigimos al viejo fuerte.

El camino no presenta una sinuosidad relevante, lomas suaves, bosque nativos y pequeñas casas se observan desde él en los cerros, en su construcción con material pétreo a mediados del Siglo XX se encontró repentinamente con un extraño montículo, una vez diseminado, aparecieron las ruinas. La fortaleza era a ese momento un pequeño monte cuya maleza ocultaba la vida y muerte de muchos, la gloria o perfidia de otros y la dureza de un modo de vida que sufrió los embates de Jorge Beauchef en 1821 en la captura de los montoneros realistas que lo atacaron en febrero de ese año.

Cuando llegamos esa tarde nos recibió un atento cuidador, quien trató de relatar la historia del lugar, la Universidad Austral había adquirido el terreno a un particular y desarrolló labores de restauración en 1961 a cargo del Maurice Van De Male, aunque sus métodos no fueron los más delicados, su logro fue colocar las piedras en su lugar y reconstruirlo siguiendo las señas del antiguo plano que se elaboró el Gobernador de Valdivia Juan Garlan en 1776 y que se guarda en el Archivo de Indias en Sevilla. Justamente en el lugar donde se estacionan hoy los vehículos y se ubica la modesta casa de aquel cuidador y su familia, en el lado norte del Castillo y a orillas del río, se ubicaba el Poblado de Cruces.

El día de esa visita reunió a tres descendientes de los antiguos pobladores, no fue casualidad, aunque nuestras vidas alejadas desde siempre, nuestros ancestros fueron familiares o amigos; Cesar García Calabrano que reside en Iquique, es descendiente del habitante de Cruces Victoriano García Mera, su nieto, Emilio García Mera, padre de nuestro compañero de viaje, vendió sus tierras en aquel lugar en la década del sesenta en el siglo XX desligándose de la vida en la zona, murió años más tarde en Pucón; Francisco de Segovia, por su parte, es el único que puede señalar en propiedad que su familia vive aún en el lugar, descendiente de María Escolástica García Risco, antigua habitante de Cruces, hija natural de Bárbara Risco, había casado en San José de la Mariquina el 5 de junio de 1857 con Bernabé Segovia y Barría, natural de Rauco, Chiloé, en cuyo enlace fueron sus testigos Victoriano García Mera y Marta Mera García. Fueron padres de 14 hijos. Heredó parte de la Hacienda Cruces, cuyos descendientes a la fecha aún poseen ciertos predios. Escolástica falleció en San José de la Mariquina el 18 de agosto de 1919, de “92 años”. Por mi parte, Pedro Enrique García Muñoz, ya había descubierto que mi ancestro, Fermín García Velásquez, habitante del Castillo Cruces, había fallecido ahí en 1828, de muerte natural, según se expresaba en un registro judicial, juez de distrito del lugar, había sobrevivido a los ataques de las montoneras realistas, sus hijos dieron lugar a la antigua familia García de San José de la Mariquina.

De una u otra forma, aquel viaje esa tarde de verano, unió a esos antiguos habitantes.

El cuidador continuó su relato aprendido en algún manual básico de historia, no tenía cómo saber cuánto detalle sabían esos visitantes, pero aparte de su notoria amabilidad, demostró un especial cuidado en la historia del lugar y le otorgaba a su relato un contenido responsable y preocupado. Su casa, de madera, y de suave color azúl, estaba construida en el lugar donde alguna vez se ubicaba el Poblado de Cruces. El no lo sabía y menos que había estado compuesto por las familias de los oficiales y principalmente de los soldados de la guarnición y sus dependientes; constituyeron un grupo social diferenciado de los otros centros habitados del sistema defensivo de Valdivia, y dieron origen, a mediados del siglo XIX, a la ciudad de San José de la Mariquina, donde aún hasta hoy habitan sus descendientes. La composición militar marcaba la extensión del grupo social paralelo, pero de aquella dotación, la de los soldados y cabos, más no la de los oficiales, ocupó o adquirió vastos terrenos en las inmediaciones del Castillo en forma posterior a la independencia de España, haciendo subsistir el poblado al menos hasta 1860.

Y claro, la historiografía local solo ha tenido un desarrollo en el último tiempo, y salvo los detalles relatados por don Paulo Pedersen García, en su Historia de San José de la Mariquina, nada advertía cuánta vida y sudor había existido en ese suelo.

Esa tarde al clima estaba soleado, aunque fresco, el monumento se mostraba en todos sus detalles, algunas construcciones estaban en el suelo, caídas luego del terremoto de 2010 -como tantas otras veces- pero permitían conocer el lugar de aquellos antiguos bodegones construidos para el cobijo de la guarnición militar, la Iglesia, las barracas, la casa del Castellano; aunque luego de la restauración de Van De Maele se reconstruyeron muchas de ellas siguiendo algunas indicaciones documentales, su falta de conservación tantos años después era evidente. Sin embargo, el puente de acceso, el socavón y los muros estaban intactos y permitían apreciar el contexto con mucho detalle. El socavón interior es amplio, de más de tres metros de profundidad y era posible recorrerlo en razón de haberse levantado una de sus partes en el sector oriente cuando se construyó el camino público.

La historiografía nacional ha sido poco generosa con la historia local, sin embargo, estudios regionales actuales han levantado éste y otros lugares como referentes de análisis, permitiendo conocer cómo en un pequeño lugar se concentra un nivel de personas, hechos y vivencias vinculadas al mundo entero.

Cruces era un Castillo olvidado.

 
 
 

1 comentario


jacqueline.seidelmann
17 nov 2024

Los Padres de mi abuela y mi abuelo vivieron en san jose de la mariquina fueron colonos alemanes en los años 20 al 30 aprox

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